La Pizarra de Suarez
Casi todos los “intelectuales” tienen una gran pasión por lo nuevo. Suponiendo que lo nuevo es el excedente de lo mismo, para parodiar a Marx. O para decirlo metafísicamente, nada cambia, nada es nuevo, excepto el excedente, que al final viene siendo lo mismo mas la excepción constante. SI hablamos de educación y le colocamos la E en “mayúscula” precedida de una “i”, iEduación, entonces entendemos la educación a través de internet, y nos damos cuenta de que, en últimas, en lo que atañe a la educación, es socialmente indiferente la técnica que se use para distribuir contenidos, excepto para el que se beneficia, en los sentidos que se quiera, de la tecnología. Pizarra, cuaderno, reglas de cálculo, calculadora, tableta, son simplemente piezas tecnológicas de las cuales nos volvemos (o nos vuelven) usuarios y que requieren diferentes infraestructuras para funcionar, es decir, para que sean “accesibles” a los usuarios. En la educación, en general, a ciertos protocolos que garantizan la accesibilidad de contenidos se les llama “formas pedagógicas “o “métodos pedagógicos” donde todo lo otro son sus objetos. El maestro no es un “sujeto de saber” sino mas bien un objeto técnico que facilita la distribución del conocimiento, como contenido material para ser memorizado, por otro objeto llamado “estudiante”. En este sentido, cada objeto participa en un proceso donde cada uno es indispensable, así, ellos, el maestro y el alumno, no se reduzcan solo a su objetivación técnica, como hemos aprendido en la historia de la educación.
Es decir que mientras puede haber aprendizaje en lo viviente, no hay educación “per se.” La educación es una invención humana inmanente a su función colectiva. De manera simple, no hay sociedad si no hay educación. La relación de la sociedad con la educación es como la metáfora del huevo, donde no importa que es primero sino la cáscara que lo encierra.
Ahora bien, todos los nombres que se le da a aquello que se implementa como relación encapsulada, nombran no la relación sino la exterioridad de ella, y eso es precisamente lo que llamamos sujetos. Por ejemplo, en términos generales, la escuela “antigua” y la escuela “activa” se diferencian no en la subjetivación aparente de dos objetos complementarios, si no en la subjetivación real que escapa a la relación de pedagógica. El alumno pasivo, objeto imaginario de la escuela antigua, tiene sus objetos complementarios, y uno de ellos es la pizarra -pero no solo ese, también tiene objetos ausentes, como el alumno activo, producto imaginario de la escuela activa, que solo son visibles para una mirada retrodictiva, y que al ser subjetivados arrastran otros objetos con ellos, como el maestro y toda la parafernalia de funcionarios de todo rango. La subjetivación del niño, como alumno, por la pedagogía católica, no es solo una reasignación, es creación de una nueva sujeción (redirección) desde afuera; no es solo la imposición de una forma nueva de valorar la vida, en general, sino de cambiar la vida misma en su entorno completamente. Las normas (valoraciones) católicas son no solo el instrumento con que se escribe, o se redibujan sobre un espacio social condenado a desaparecer o al olvido, sino que es el mismo espacio con su excedente que se reconstituye o se diluye, como si tuviera vida propia, cuando los sujetos devienen católicos.
Dicho esto, el uso de la pizarra, objeto inerte e insensible, solo es posible en su existencia con otro objeto que lo conecta, desde la mano hasta el cerebro y la memoria. Todos entendemos el poderoso efecto de la repetición en la producción de objetos, donde parece que la repetición misma se transfigura y se transforma en el objeto mismo, es decir, en el contenido de la enseñanza. La enseñanza memorística no tiene edad, toda enseñanza depende de la memoria. ¿Entonces, qué es eso de enseñanza memorística? Según los críticos de la escuela antigua era varias cosas, una se refería a la forma cómo los contenidos eran organizados para su enseñanza, cúmulo de fórmulas, recetario de nociones, etc., que son repetidas y memorizadas sin ser entendidas. El estudiante es entonces comparado con los “loros,” categoría que denota la línea divisoria entre lo humano y lo animal y las ilusiones de transcender esta limitación con lo animal, algo que parecía natural. Niños, loros, rara visión de una escuela, y pizarras, ¿qué tienen éstas en común? ¿No es acaso esa ilusiva memoria, esa precaria memoria, que desaparecía en un instante por la incomprensión del niño o la animalidad del loro, o simplemente por el brusco y repetido gesto de la mano sobre una pequeña tabla inerte?
Kafka en una historia corta narra como diferentes objetos se mezclan para producir una pequeña máquina infernal. En la Colonia Penitenciaria muestra como cada elemento se anuda el uno al otro, intencionalmente o no, y las producciones de la imaginación son objetos que se intercalan, en el proceso de acoplamiento y sucesiva ejecución y destrucción de la máquina. En ella encontramos la mas simple dispersión de objetos, la máquina, el condenado, el ejecutor, juez e ingeniero, el soldado, el capitán, los testigos, los visitantes, el burócrata, comida, etc... Allí, nos encontramos para usar una frase de Baudelaire, lo inevitable. Quisiéramos creer que eso inevitable es la destrucción de la máquina, en una especie de determinismo natural, pero, no. Lo inevitable es la sentencia escrita sobre el cuerpo del condenado que inevitablemente lleva a la muerte. Muerte por exceso. Pero en términos de trascender la memoria deberíamos ajustarnos a un término mas preciso, no es que la destrucción de la máquina parezca un imperativo, sino la inscripción en el cuerpo debe ser irreparable. Pensar que la pedagogía puede proporcionar, desde el exterior, ese tipo de “irreparabilidad”, producir ese mismo efecto en el cerebro de los niños fue (es) el sueño de las pedagogías y no solamente católicas.
En Colombia, en las primeras décadas del siglo 20, hubo debates y discusiones, pero sobre todo publicaciones oficiales (de instituciones asociadas a alguna forma de gobierno) sobre la educación, en sus varios niveles; pero hubo una discusión en particular que impregnó, por decirlo así, estos discursos, ella fue la eugenesia. Curiosamente muchos de los presentados avances pedagógicos, médicos y en general científicos, fueron enunciados en este subsuelo. Digo subsuelo, para plegarme a una afirmación de Luis López de Mesa, de que todavía estábamos o “estamos inciertos de seguir las normas heredadas de religión, de moral, de sociedad, de gobierno, de familia” frente a lo que él define como progreso, progreso que se efectuaba por “sacudidas de tiempo en tiempo, mas y mas aproximadas entre sí con el avance de la historia, y aun en coincidencia con las grandes revoluciones espirituales del mundo.” La eugenesia, y las “ciencias”asociadas a ellas, fue una de las sacudidas que la “intelectualidad” colombiana se vio inmersa, sobre todo cuando se empezaron a hacerse evidentes los problemas de la raza colombiana, o al menos de ciertos “agregados étnicos”, es decir, el “declinamiento” del pueblo colombiano. Si a la máquina kafkiana le era inminente su propia destrucción (por falta de mantenimiento), la del pueblo colombiano era irremediable, porque ignorante de ello, estaba atado a su geografía, climas malsanos y su jauría de plagas, a la deterioración de su cepa “genética”, por su mezcla con “razas inferiores”, etc…
Podríamos decir, que la supresión de la pizarra fue producto de una de estas sacudidas en ese nuevo subsuelo, como lo fue la higiene en particular y la medicina en general, en su impacto sobre esas instituciones que constituían su suelo. En realidad no era nada nuevo excepto por un cambio de material, una sofisticación mas en el intento de inscribir en la memoria de manera mas permanente. La dureza de la pizarra fue sustituida por la dureza del lápiz y la suavidad de la tiza por la del papel. Es decir, un cuerpo donde la inscripción pudiera ser mas permanente. De hecho, el uso de la pizarra fue suprimida por el decreto 1667 de 1928, por su “empleo” fue “considerado como ineficaz y antihigiénico” y la “abolió” completamente en 20 de julio de 1929, “en todos los establecimientos oficiales de educación”.
Cuando se suprime la pizarra y se introduce el cuaderno uno está tentado a pensar en el alumno como el objeto subsidiario del cambio, no en una especie de cambio en el orden tecnológico, al cual estamos volviendo, de manera mas sofisticada, con las tabletas. Ahora bien, esto no quiere decir, que estos nuevos discursos no intenten una nueva subjetivación del alumno, o que ya la tengan antes, para proponer la “sustitución” de la pizarra. De hecho la eugenesia, los conceptos propios de ella, en mi opinión, no pueden ser disociados del saber que les proporciona racionalidad ni de las instituciones que le proporcionan “facticidad”, para usar un concepto de Heidegger. La pizarra encuentra su lugar, con muchos otros, en el abigarrado mundo de los objetos que posibilitan el contagio -en el universo fáctico del pueblo, que va desde sus pies hasta la cabeza y el espacio que su cuerpo ocupa, letrinas, cama, suelo de la vivienda, etc… en una palabra: pobreza. O en la mirada de la “elite”: carencia. Todo esto para decir, que los discursos pueden imaginar un conjunto subjetivaciones, para darle trabajo a los intelectuales de la historia, sin modificar o influir radicalmente en los objetos mismos que componen la relación, en este caso la relación educativa, que no es una interacción de sujetos sino mera conexión de objetos produciendo otras, etc…, donde no se trata de mejorarle la vida a nadie ni eliminar la ignorancia sino e producir el objeto adecuada para que la conexión no se rompa…
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Wednesday, October 21, 2020
Supresión de las pizarras en Colombia.
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La Pizarra de Suarez Casi todos los “intelectuales” tienen una gran pasión por lo nuevo. Suponiendo que lo nuevo es el excedente de lo mismo...
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